La movilidad internacional de los científicos incrementa el impacto de su trabajo; las
fronteras constituyen una seria amenaza para la ciencia. Éstas son dos de las
principales conclusiones de un estudio publicado en la revista Nature y en el que ha
participado Nicolás Robinson-García, investigador del Instituto de Gestión de la
Innovación y del Conocimiento (INGENIO), centro mixto del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universitat Politècnica de València.
El trabajo analiza la movilidad científica y la repercusión que tiene en el impacto y
rendimiento de los investigadores. Para ello, los autores analizaron un total de 14
millones de publicaciones de la base de datos Web of Science; gracias a un algoritmo
de desambiguación de autores, identificaron casi 16 millones de investigadores.
Mediante métodos bibliométricos rastrearon cambios en afiliaciones para analizar la
movilidad internacional de los investigadores y compararon el impacto (citas) de sus
trabajos.
La conclusión es clara: los investigadores con movilidad internacional tienen tasas de
citas aproximadamente un 40% más altas que aquellos científicos que no cambian de
afiliación. “Por ello, cerrar las fronteras pone a estos científicos de referencia élite
fuera de circulación, reduce el impacto de su investigación y repercute, finalmente, en
el avance de la ciencia”, apunta Nicolás Robinson.
En su estudio, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Canadá y Alemania representan
los nodos de referencia de la red científica mundial. Así, según apuntan los autores de
este trabajo, el aislamiento de estos países tendría consecuencias dramáticas.
Según indican los autores de la investigación, “Donald Trump ha suspendido la entrada
de ciudadanos de diferentes países a Estados Unidos e impuesto restricciones a muchos más para la renovación de visados. Estas órdenes han dejado a muchos
investigadores en el extranjero. En marzo, la primera ministra británica, Theresa May,
inició el proceso de separación formal de los vínculos con la Unión Europea. En este
caso, aunque el Reino Unido no es particularmente importante para la migración de
los investigadores en la Unión Europea, desempeña una función crucial como puente
entre sus científicos y otras regiones del mundo. Las políticas aislacionistas en el Reino
Unido podrían deconstruir esta red”.
Cifras
El estudio analiza el país declarado en la afiliación de un investigador cuando publicó
su primer trabajo, y lo utiliza como su país de origen científico, “no debe confundirse
con el lugar donde nacieron”, señala Robinson.
El 3,7% de los investigadores durante el periodo 2008-2015 mostraron cambios de
afiliación entre países. En contra de lo que pudiera suponer, solo el 27,3% de estos
pueden considerarse migrantes, esto es, rompieron lazos con su país de origen. “El
72,7% restante son lo que podemos denominar, viajeros, es decir, investigadores que
están afiliados a distintos países siempre manteniendo la vinculación con el país de
origen, definido como el lugar donde firmaron su primera publicación científica”,
apunta Nicolás Robinson.
Asimismo, pudieron analizar el papel que cumplen los distintos países como
productores de investigadores que tienen un gran impacto científico en el país de
origen y posteriormente se afilian a otro país.
“Durante el período de estudio, Europa y Asia sufrieron una dramática pérdida de
investigadores, mientras que en Norteamérica la realidad fue la contraria. Se habla
mucho de la «fuga de cerebros» o la «ganancia de cerebros», suponiendo que los
países receptores obtienen la mayor parte del capital científico a expensas de las
naciones de las que provienen los investigadores. Pero la realidad es más complicada.
”Como muestra el gran número de viajeros identificados en este trabajo, cuando se
habla sobre movilidad científica no hay ganadores y perdedores, sino que se fortalece
el sistema de investigación a nivel global”, concluyen los autores del estudio.
Sugimoto, C.R., Robinson-Garcia, N., Murray, D.S., Yegros-Yegros, A., Costas, R., Larivière, V. Scientists
have most impact when they’re free to move. Nature, 550, 29-31. doi:10.1038/550029

 

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