Foto del equipo de trabajo de Eloísa Herrera, investigadora del Instituto de Neurociencias (IN), centro mixto del CSIC y la Universidad Miguel Hernández.

El laboratorio de Eloísa Herrera, investigadora del Instituto de Neurociencias (IN), centro
mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad Miguel
Hernández, ha descubierto que, durante el desarrollo de las áreas visuales del cerebro,
las dos retinas están comunicadas entre sí temporalmente mediante proyecciones
nerviosas. Esta conexión es importante para que la representación en la corteza visual
de las dos imágenes procedentes de los ojos se forme de manera sincronizada y
perfectamente alineada, asegurando que puedan fusionarse de manera congruente.
Además, los investigadores describen los mecanismos moleculares por los que se
forman las proyecciones temporales entre ambas retinas, que desaparecen una vez que
los circuitos visuales se han desarrollado, porque ya no son necesarias para el
procesamiento de la información visual en el animal adulto. La investigación se publica
en Current Biology.
Desde los orígenes del cine, a finales del siglo XIX, se experimentó con la posibilidad de
crear películas que simulasen la visión tridimensional humana. Muy pronto se descubrió
que para lograrlo era necesario grabar la película de forma simultánea con dos cámaras
ligeramente separadas, pero alineándolas de forma muy precisa para que no se produjese una desagradable experiencia de visión doble. El problema técnico que se
encontraron los pioneros del cine para generar imágenes 3D es, esencialmente, el
mismo que debemos resolver los humanos y otros animales con visión tridimensional
para acoplar de manera eficaz las imágenes captadas por el ojo derecho y las del ojo
izquierdo.
La retina, situada en la parte interna posterior del globo ocular, tiene una superficie
sensible formada por fotorreceptores, que se asemeja al mapa de píxeles de una
moderna cámara digital. Aunque la retina es mucho más precisa, ya que el ojo humano
tiene unos 105 megapíxeles de resolución. Las encargadas de enviar de forma precisa
toda esa información al cerebro son las denominadas células ganglionares, cada una de
las cuales «ve» solamente una minúscula fracción del campo visual, un píxel. Y entre
todas forman un mapa ordenado que representa una imagen compuesta de pequeños
fragmentos como si de una fotografía digital se tratase.
Estas “fotografías” que toma cada ojo han de trasmitirse a través del nervio óptico a la
corteza visual, situada en la parte posterior del cerebro, donde finalmente se fusionan
formando una representación del mundo que nos rodea. Y hasta ahora, el mecanismo a
través del cual se producía este alineamiento era todo un misterio.
Además de aportar pruebas de la conexión entre las retinas para resolver este
“problema técnico”, el grupo de la doctora Herrera ha observado que existe una
correlación entre el número de fibras que conectan ambas retinas durante el desarrollo
de las áreas visuales del cerebro y el grado de complejidad del sistema visual en distintas
especies.
Así, las aves o mamíferos pequeños como los ratones tienen un número similar de estas
proyecciones. Sin embargo, especies como los hurones, en los que el periodo de
maduración del sistema visual es mucho más largo porque su agudeza visual y las
representaciones visuales en cada hemisferio son mucho más precisas, tienen más
proyecciones para conectar ambas retinas.
Sin embargo, en especies como el pez cebra no hay conexión entre las retinas de cada
ojo, pues la representación de los mapas visuales en cada lado del cerebro es mucho
más burda e independiente, y no se necesita una sincronización tan precisa de los mapas
visuales de ambos ojos. Según estas observaciones, es probable que en especies con
una gran agudeza visual, como los humanos, el número de conexiones entre las dos
retinas sea aún mayor que en el hurón.

 

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